Más o menos por el año de 1901, llegó a Zacatlán una familia de carpinteros de la cual no se sabía su procedencia. Este hecho a simple vista no tiene nada de extraordinario, sino por la particularidad de que toda la familia estaba compuesta de enanos.
Esta era una familia de enanitos felices, porque eran independientes y no sufrían las mortificaciones de ser llevados y traídos en cajas de feria en feria.
Y decir que eran felices realmente, era un clan unido y, sobre todo, una familia muy empeñosa y que sabía salir adelante por sus propios medios, que no eran pocos.
Los enanos, por su propia condición, tienen que sufrir una serie de vejámenes, por ser tan débiles que se teme los derribe el más ligero soplo de viento.
Y esforzándose, sin embargo, en las ferias recitan con voz infantil o cascada, y con toda la gracia que pueden, algunos versos mal aprendidos, cuyo sentido no alcanzan, o bien, cantando con ficticia alegría, o con enérgica expresión, también fingida, algunas canciones pintorescas contra los cuales protesta su aspecto triste y doliente.
Pero la condición de los enanitos de nuestra historia que llegaron a estas tierra de quién sabe dónde era completamente diferente; estos eran fuertes, decididos y conscientes de su propio valer. Establecieron una carpintería donde elaboraban hermosos objetos, haciéndose de buena clientela y no por los trabajos que les mandaban a hacer, sino por el morbo de ver a los enanos y que por consiguiente sufrieran las burlas, humillaciones y maldades de los niños, y de uno que otro adulto.
Pero los enanitos no se amilanaban, y haciendo acopio de una gran fuerza interior, se enfrentaban valerosamente a los sinsabores que a diario les deparaba la vida. Poco a poco, estos extraordinarios hombrecillos fueron ganándose la confianza de sus vecinos, haciéndose de amigos sinceros. Con el ahorro que fueron acumulando a través de los años, producto de su trabajo honrado, pensaron en comprar un terreno y construir su propia casa. Efectivamente, poco tiempo después, colocaron los primeros cimientos de lo que sería su futuro hogar. Éste era de dos pisos, con balcones, puertas y ventanas que llamaron pronto la atención de todo el mundo. A diario se podían ver visitantes motivados por la curiosidad que aquello llamaba. Levantaron también una huerta y hortaliza que les suministraba lo suficiente para comer y dinero extra que el excedente les producía.
Los años pasaron y la familia de enanitos fue disminuyendo hasta que se extinguió por completo, se formó desde entonces alrededor de ella una serie de leyendas y cuentos curiosos. Sólo quedó en pie la casa que preservaba el vago y ya muy lejano recuerdo de una familia muy unida de enanitos industriosos, que se enfrentó a la desgracia de no ser como los demás, pero que, a pesar de tener muchas desventajas en su contra, supo salir adelante, ganándose la confianza, el afecto y la admiración de todos aquellos que los llegaron a conocer.
Esta es una de las tantas historias que la rara casa de los enanos tejió a través de los años. Lo que realmente parece ser más cierto es que a principios de siglo llegó a Zacatlán un señor que tenía por nombre Porfirio, de cuyo apellido no se conserva memoria. Era un magnífico ebanista que sentía placer por elaborar con sus propias manos objetos pequeños que atraían la atención. Su casa la levantó tal y como la podemos encontrar en la actualidad, desgraciadamente ya derruida, y que trajera la admiración de propios y extraños por lo minúsculas que eran las ventanas, puertas y balcones, propias para que sólo viviera una singular familia de enanitos.
Historia popular